José Carlos Botto Cayo
Cristóbal de Aguilar fue un pintor criollo que trabajó en Lima durante el siglo XVIII. Se especializó en retratar a miembros de la nobleza limeña y la élite política del Virreinato del Perú. Sus obras se caracterizan por un detallado sentido de observación y una técnica refinada. Aguilar no solo capturó la apariencia física de sus modelos, sino también aspectos de su personalidad y posición social. Sus retratos se convirtieron en documentos históricos que revelan las costumbres, modas y aspiraciones de la clase alta colonial. La habilidad de Aguilar para representar tanto a las personas como su entorno lo posicionó como el retratista preferido de la aristocracia limeña de su tiempo.
La obra de Aguilar refleja las complejidades sociales y culturales de la Lima colonial del siglo XVIII. Sus pinturas muestran los códigos de vestimenta, las poses y los símbolos de estatus que definían a la clase alta limeña. A través de sus retratos, se puede observar la dinámica social de la época y las relaciones de poder en la sociedad virreinal. La atención al detalle en la representación de joyas, telas y accesorios en sus obras proporciona información valiosa sobre la cultura material de la élite. Los retratos de Aguilar ofrecen una visión de la sociedad limeña en un periodo de transformación, convirtiéndose en una fuente importante para entender el contexto histórico y social del Virreinato del Perú en el siglo XVIII.
Orígenes y formación de Cristóbal de Aguilar
Cristóbal de Aguilar nació en Lima a principios del siglo XVIII, hijo de Francisco de Aguilar y Josefa Casaverde. Creció en una ciudad que se consolidaba como el centro del poder colonial español en Sudamérica, bajo el gobierno de virreyes como el Marqués de Castelfuerte, José de Armendáriz.
La formación artística de Aguilar se desarrolló en el ambiente cultural de Lima colonial. Es probable que estudiara con maestros locales, aprendiendo las técnicas de pintura y dibujo que se practicaban en la época. Durante su juventud, Aguilar habría tenido acceso a obras de arte europeo que llegaban al Virreinato, incluyendo pinturas de escuela española e italiana, que posiblemente influyeron en su estilo y técnica.
El joven Aguilar también habría estado expuesto al arte religioso, omnipresente en las iglesias y conventos de Lima. Los murales de la Catedral de Lima y las obras en la Iglesia de San Pedro habrían formado parte de su educación visual. Esta formación ecléctica le permitió desarrollar un estilo propio que combinaría elementos europeos con sensibilidades locales.
Inicios de su carrera como retratista
Aguilar comenzó su carrera profesional realizando encargos para la iglesia y la nobleza local. Sus primeros trabajos documentados, como el retrato de Diego Hurtado de Mendoza Iturrizaga en 1742, mostraban ya una habilidad notable para captar los rasgos físicos y la personalidad de sus modelos.
El artista ganó reconocimiento por su capacidad para representar con precisión los detalles de la vestimenta y los accesorios de la élite limeña. Esta atención al detalle no solo satisfacía el deseo de ostentación de sus clientes, sino que también proporcionaba un valioso registro de la moda y las costumbres de la época, como se evidencia en su retrato de José Antonio de Mendoza, marqués de Villagarcía, realizado alrededor de 1745.
La reputación de Aguilar creció rápidamente entre la aristocracia de Lima. Sus retratos se convirtieron en símbolos de estatus, y pronto los miembros más prominentes de la sociedad colonial, como Antonio de la Cueva, cuyo retrato pintó en 1755, buscaban ser inmortalizados por su pincel.
Durante este período, Aguilar perfeccionó su técnica y desarrolló un estilo característico. Sus retratos se distinguían por un realismo sobrio, una paleta de colores rica pero no excesiva, y una composición que resaltaba la dignidad y el poder de sus modelos, como se aprecia en su retrato de Rosa Juliana Sánchez de Tagle e Hidalgo, marquesa de Torre Tagle, realizado alrededor de 1756.
Consolidación como el retratista de la élite
En las décadas siguientes, Cristóbal de Aguilar se estableció como un retratista prominente de la élite limeña. Su clientela incluía a virreyes como Manuel de Amat y Junyent, arzobispos, y miembros de las familias más influyentes del Virreinato del Perú.
Los retratos de Aguilar no solo capturaban la apariencia física de sus modelos, sino que también transmitían su posición social y poder. El artista tenía la habilidad de representar la autoridad y el prestigio a través de poses, vestimentas y objetos simbólicos cuidadosamente seleccionados, como se evidencia en su retrato de Dionisio Pérez Manrique de Lara, III marqués de Santiago, en 1769.
La obra de Aguilar se convirtió en un espejo de la sociedad colonial. Sus pinturas reflejaban la compleja jerarquía social del Virreinato, donde el origen étnico, la riqueza y los títulos nobiliarios determinaban el estatus de una persona. Esto se puede observar en la serie de retratos que realizó de la familia Pérez Manrique de Lara, incluyendo a Carlos Francisco Pérez Manrique de Lara, II marqués de Santiago.
Durante este período, Aguilar también recibió encargos para retratar a figuras eclesiásticas, como fray Francisco Verástegui en 1767. Estos trabajos le permitieron explorar la representación de la espiritualidad y el poder religioso, ampliando así su repertorio artístico.
Madurez artística y estilo distintivo
En la cúspide de su carrera, durante las décadas de 1750 y 1760, el estilo de Aguilar alcanzó su madurez. Sus retratos se caracterizaban por una ejecución técnica impecable y una profunda comprensión psicológica de sus modelos, como se evidencia en su famoso retrato póstumo del polígrafo limeño Pedro de Peralta Barnuevo, realizado en 1751.
Aguilar desarrolló una habilidad particular para captar la textura de las telas, el brillo de las joyas y la calidad de la piel. Estos elementos, combinados con fondos sobrios y elegantes, creaban composiciones que equilibraban el realismo con una cierta idealización de los retratados, como se puede apreciar en su retrato de sor María del Espíritu Santo Matoso del monasterio de la Concepción, fechado en 1756.
El artista también se destacó por su uso del claroscuro, técnica que empleaba para dar volumen y dramatismo a sus figuras. Este enfoque, influenciado por la pintura barroca europea, se adaptó a las preferencias estéticas de la élite colonial, como se observa en su retrato del virrey Manuel de Amat y Junyent como protector del monasterio de las Nazarenas, realizado en 1769.
Los retratos de Aguilar de este período muestran una consistencia estilística que se convirtió en su sello distintivo. Su obra era reconocible por la pose digna de los modelos, la atención meticulosa a los detalles de la vestimenta y una paleta de colores rica pero contenida.
Legado artístico y últimos años
Hacia el final de su carrera, Aguilar había producido un cuerpo de trabajo significativo que documentaba visualmente a la élite del Virreinato del Perú. Sus retratos se encontraban en los palacios y mansiones más importantes de Lima, así como en instituciones eclesiásticas y gubernamentales.
Es posible que Aguilar formara a aprendices, transmitiendo sus técnicas y conocimientos, aunque no se tienen registros específicos de sus discípulos. En sus últimos años, Aguilar murió en diciembre de 1769, dejando tras de sí una galería de retratos que constituyen un valioso registro histórico y artístico de la sociedad colonial peruana.
Impacto en el arte colonial y valoración posterior
La influencia de Aguilar en el arte colonial peruano fue significativa. Su enfoque del retrato estableció un estándar que otros artistas probablemente buscaron emular, y su técnica pudo haber influido en la siguiente generación de pintores limeños.
Los retratos de Aguilar no solo fueron apreciados en su época por su valor artístico y social, sino que con el tiempo adquirieron una importancia histórica adicional. Hoy son considerados documentos visuales cruciales para entender la sociedad colonial del Virreinato del Perú, siendo estudiados por historiadores como Ricardo Estabridis Cárdenas y Luis Eduardo Wuffarden.
Investigadores y historiadores del arte han estudiado la obra de Aguilar para obtener información sobre la moda, las costumbres y las estructuras de poder en la Lima colonial. Sus pinturas ofrecen una ventana única a la vida de la élite virreinal del siglo XVIII, complementando los registros escritos de la época.
El legado de Cristóbal de Aguilar perdura en museos como el Museo de Arte de Lima y el Museo de Arte de San Marcos, colecciones privadas e instituciones religiosas de Perú. Su obra continúa siendo valorada tanto por su calidad artística como por su importancia histórica, consolidando su posición como uno de los pintores más destacados del arte colonial sudamericano.