José Carlos Botto Cayo
Angelica Kauffmann emerge como una figura fundamental en el panorama artístico de la Inglaterra del siglo XVIII. Su trayectoria, desde sus primeros estudios en Suiza hasta su posición como una de las dos fundadoras de la Royal Academy of Arts, marcó una transformación significativa en el desarrollo del arte británico, estableciendo nuevas directrices en la práctica artística de la época georgiana.
La obra de Kauffmann se distingue por su dominio excepcional tanto del retrato como de la pintura histórica, géneros definitorios del periodo. Su producción artística, que abarca desde retratos de la aristocracia británica hasta composiciones históricas complejas, refleja una profunda comprensión del arte clásico y una técnica refinada que integra elementos del neoclasicismo con sensibilidades contemporáneas. Esta síntesis estableció referentes innovadores en la práctica artística británica, consolidando su influencia en los círculos más prestigiosos de Londres y Roma.
Los primeros años de una artista prodigio
La vida en Coira se vio marcada por una intensa formación artística bajo la tutela de su padre Josef Kauffmann, un pintor de origen austríaco que se dedicaba principalmente a la decoración de iglesias. John Joseph, como también era conocido, vio rápidamente el talento precoz de su hija y comenzó a instruirla en los fundamentos del arte, guiándola en el dominio del dibujo y la observación detallada. Cuando otros niños apenas empezaban a escribir, la pequeña Angelica ya mostraba una capacidad asombrosa para reproducir las obras que estudiaba en el taller paterno.
Las primeras obras de Angelica reflejaban una madurez artística inusual para su edad. A los nueve años, ya realizaba copias de extraordinaria precisión, y a los once recibió su primer encargo importante: el retrato del obispo de Como, Nevroni Cappucino. Este trabajo en pastel no solo demostró su talento técnico sino también su capacidad para captar la psicología del modelo, una habilidad que caracterizaría toda su obra posterior.
El traslado a Como marcó el inicio de una etapa decisiva en su formación. En esta ciudad italiana, la joven artista no solo perfeccionó su técnica pictórica sino que también desarrolló otras habilidades artísticas. Su voz excepcional y su talento musical la llevaron incluso a considerar una carrera como cantante, una posibilidad que solo descartó tras largas deliberaciones y el consejo de un sacerdote amigo de la familia, quien la convenció de que su verdadera vocación estaba en la pintura.
La muerte de su madre en 1757 marcó un cambio en su vida, pero no detuvo su progreso artístico. Durante su estancia en Milán, captó la atención del gobernador Rinaldo d’Este y su esposa, quienes se convirtieron en sus primeros mecenas importantes. Esta relación le abrió las puertas de la aristocracia milanesa, permitiéndole realizar retratos de figuras destacadas como el cardenal Pozzobonelli y el conde Firmian. Su reputación creciente la llevó a recibir cada vez más encargos, preparando el terreno para su futura carrera en los círculos más exclusivos del arte europeo.
El engaño matrimonial y su vida en Inglaterra
La llegada a Londres en 1766 marcó el inicio de una etapa brillante para Angelica. La sociedad inglesa, fascinada por su talento y personalidad, la recibió con entusiasmo. Se instaló primero en la casa de Lady Wentworth en Charles Street y después abrió su propio estudio en Golden Square, donde pronto empezó a recibir encargos de la aristocracia británica. Su amistad con Sir Joshua Reynolds, presidente de la Royal Academy, le abrió las puertas de los círculos artísticos más importantes de la capital.
Sin embargo, su éxito se vio ensombrecido por un desafortunado episodio que pudo haber arruinado su carrera. En 1767, conoció a un hombre que se presentaba como el Conde Frederick de Horn, quien tras un breve cortejo la convenció para celebrar una boda secreta en la iglesia de St. James de Piccadilly. El supuesto conde resultó ser un impostor llamado Brandt, quien ya estaba casado en Alemania. A pesar del escándalo, Angelica manejó la situación con dignidad, logrando mantener su posición en la sociedad londinense gracias al apoyo de sus amigos y mecenas.
La década de 1770 fue especialmente productiva para la artista. Su estudio se convirtió en lugar de reunión de escritores, músicos y artistas destacados. La reina Carlota y otras damas de la realeza posaron para ella, y sus exposiciones anuales en la Royal Academy, donde era una de las dos únicas mujeres miembros fundadoras junto con Mary Moser, atraían gran atención. En 1771 viajó a Irlanda, donde pintó numerosos retratos de la aristocracia local, incluyendo al virrey Lord Townshend.
En 1781, tras la muerte del impostor Brandt, Angelica se casó con el pintor veneciano Antonio Zucchi, con quien decidió regresar a Italia. Se establecieron en Roma, donde su casa en Via Sistina se convirtió en un importante centro artístico y cultural. Allí recibió encargos de la nobleza europea y mantuvo amistad con personalidades como Goethe, quien admiraba profundamente su trabajo. Su talento para combinar la elegancia del neoclasicismo con una sensibilidad romántica quedó plasmado en las numerosas obras que realizó durante este período.
El arte de una pintora excepcional
El estilo artístico de Angelica Kauffmann se caracterizó por una delicada fusión entre la elegancia neoclásica y una sensibilidad romántica única. Sus retratos destacan por una técnica refinada que no solo capturaba el parecido físico sino también la personalidad de sus modelos. En sus composiciones, la paleta de colores muestra una predilección por los tonos suaves y armoniosos, con un manejo excepcional de la luz que otorga a sus figuras una calidad casi escultórica.
Su formación en Italia y su profundo conocimiento del arte clásico se reflejan especialmente en sus pinturas históricas y mitológicas. Estas obras revelan un dominio extraordinario de la composición clásica, donde las figuras se disponen con una gracia natural que evita la rigidez académica común en su época. Kauffmann tenía una particular habilidad para humanizar temas clásicos, dotándolos de una calidez emocional que los hacía más accesibles al espectador.
Como miembro de la Royal Academy, sus contribuciones al desarrollo del arte inglés fueron significativas. Su técnica combinaba la precisión del dibujo académico con una pincelada suave que creaba efectos de gran sutileza. A diferencia de otros artistas de su tiempo, evitaba los contrastes dramáticos en favor de transiciones suaves y armoniosas. Sus decoraciones para interiores, especialmente en mansiones irlandesas como la casa de Lord Meath en Stephen’s Green, muestran su versatilidad y dominio de diferentes formatos.
En sus autorretratos, género en el que destacó particularmente, Kauffmann desarrolló una iconografía personal que la presentaba como una artista seria y profesional, alejándose de los estereotipos femeninos de la época. Su capacidad para trabajar en diferentes medios, incluyendo el grabado y la decoración mural, junto con su dominio del retrato, la pintura histórica y la alegoría, la establecieron como una artista completa cuya influencia se extendió más allá de su tiempo.
Los últimos años y su legado artístico
La última etapa de Angelica Kauffmann en Roma se convirtió en uno de los períodos más fructíferos de su carrera. Su casa en la Via Sistina era visitada por importantes personajes como Goethe, quien llegó a decir que ella era una de las artistas más talentosas de su tiempo. La amistad entre ambos fue especialmente significativa, llegando a colaborar en varios proyectos, incluyendo ilustraciones para algunas obras del escritor alemán.
Su matrimonio con Antonio Zucchi le permitió mantener una vida artística activa y productiva. A diferencia de muchas mujeres de su época, Angelica mantuvo el control sobre sus finanzas y su trabajo, algo poco común en el siglo XVIII. Su taller en Roma recibía encargos de toda Europa, especialmente de la aristocracia rusa e inglesa que visitaba la ciudad. Pintó retratos de personajes tan importantes como el emperador José II del Sacro Imperio Romano Germánico y otros miembros de familias reales europeas.
Las últimas décadas de su vida coincidieron con grandes cambios en Europa, incluyendo la invasión napoleónica de Roma. A pesar de estas dificultades y de la muerte de su esposo en 1795, Angelica mantuvo su productividad artística. Sin embargo, los vapores y sustancias tóxicas de los pigmentos que utilizaba empezaron a afectar su salud, causándole dolores constantes que limitaron su capacidad para pintar en sus últimos años.
Cuando murió en Roma en 1807, su funeral fue organizado por el famoso escultor Canova y asistieron numerosos artistas y personalidades de la época. A pesar de que diferentes Academias cpropusieron su enterramiento en el Panteón como reconocimiento a su carrera, ella había dejado instrucciones para ser enterrada en la Basílica de Sant Andrea delle Frette, junto a otros artistas con los que había compartido su vida. Su muerte provocó un sincero luto entre sus admiradores y amigos, reconociendo la pérdida de una artista que había transformado el papel de las mujeres en el arte.