José Carlos Botto Cayo
Charles Jervas representa un caso singular en la historia del arte británico por su capacidad de moverse entre dos mundos aparentemente distantes: la pintura y la literatura. Como retratista principal de la corte británica, su trabajo nos permite hoy conocer los rostros de importantes escritores y pensadores de su época, especialmente a través de sus reconocidos retratos de figuras como Jonathan Swift y Alexander Pope, que se conservan en la National Portrait Gallery de Londres. Su posición privilegiada como pintor real no solo le permitió retratar a la realeza y la aristocracia, sino que también lo convirtió en un puente vital entre los círculos artísticos y literarios de Londres.
Lo que hace particularmente interesante a Jervas es su doble faceta como artista visual y traductor literario. Mientras pintaba los rostros más influyentes de su tiempo, también se dedicó a traducir una de las obras más importantes de la literatura española: el Quijote de Cervantes. Esta traducción, publicada después de su muerte, se convirtió en una referencia importante para los lectores de habla inglesa, destacando por su precisión y por incluir el primer análisis crítico de las traducciones anteriores de la obra. Esta combinación de talentos lo convierte en un ejemplo único de cómo el arte y la literatura pueden entrelazarse en la figura de un solo creador.
Los primeros años de un artista en ascenso
La vida de Charles Jervas inició en el condado de Offaly, específicamente en Shinrone, Irlanda, como hijo de John Jervas y Elizabeth Baldwin, quien provenía de una familia distinguida siendo hija del capitán John Baldwin del castillo de Shinrone y Corolanty. Su temprano traslado a Londres marcó el inicio de una carrera que definiría el rumbo de su vida profesional, especialmente cuando logró convertirse en asistente del reconocido Sir Godfrey Kneller entre 1694 y 1695.
La oportunidad de su vida llegó cuando realizó una serie de pequeñas copias de los Cartones de Rafael, que vendió exitosamente al Dr. George Clarke del All Souls College de Oxford. Esta transacción le proporcionó no solo reconocimiento sino también los recursos necesarios para emprender un viaje formativo a París y Roma, donde permaneció durante casi una década, un período que resultaría crucial para su desarrollo artístico.
Durante su estancia en el continente, Jervas no se limitó a estudiar: actuó como agente para coleccionistas de arte británicos, estableciendo conexiones que más tarde serían fundamentales para su carrera. Esta experiencia le permitió desarrollar un ojo crítico y establecer una red de contactos que resultaría invaluable a su regreso a Londres en 1709.
El retorno a Londres marcó el inicio de su ascenso profesional. Rápidamente comenzó a construir una reputación como retratista entre los círculos intelectuales de la ciudad, destacando especialmente por sus retratos de figuras literarias prominentes. Su estudio se convirtió en un punto de encuentro para la élite cultural londinense, donde no solo pintaba retratos sino que también impartía lecciones de pintura, como las que dio al reconocido poeta Alexander Pope en su casa de Cleveland Court, St James’s.
El ascenso a la cima del arte cortesano
La carrera de Jervas alcanzó su punto culminante cuando en 1723 sucedió a su antiguo maestro Kneller como pintor principal de Jorge I, un cargo que mantendría también durante el reinado de Jorge II. Este nombramiento no solo validó su posición en la sociedad londinense sino que también consolidó su estudio como uno de los más importantes centros de producción retratística de la época.
La vida social y profesional de Jervas se entrelazaba de manera única con los círculos literarios de Londres. Su amistad con Jonathan Swift y Alexander Pope, cuyos retratos ahora se exhiben en la National Portrait Gallery, trascendió la relación artista-modelo. Pope incluso le dedicó una epístola en verso que se publicó en la edición de 1716 de la traducción de «El arte de la pintura» de Fresnoy, un texto que resaltaba las cualidades artísticas de Jervas y su importancia en el panorama cultural de la época.
Su matrimonio en 1727 con Penélope Hume, una viuda adinerada con una fortuna estimada en £20,000, fortaleció su posición social y le permitió establecerse en Hampton, Londres. Este matrimonio estratégico, combinado con su éxito profesional, le permitió mantener un estilo de vida acorde con su posición como artista cortesano, incluyendo la adquisición de un carruaje con cuatro caballos que se convirtió en tema de comentarios mordaces entre sus contemporáneos.
La contribución más duradera de Jervas a la cultura británica quizás sea su traducción de Don Quijote, publicada póstumamente en 1742. Esta versión, conocida como «la traducción de Jarvis» debido a un error de imprenta, se distinguió por ser la primera en incluir un análisis crítico de las traducciones previas de la obra. Aunque fue elogiada por su precisión, también recibió críticas por su rigidez estilística, un debate que refleja la misma dualidad que caracterizó su carrera como pintor: la tensión entre la precisión técnica y la expresión artística.
Características artísticas y legado cultural
La técnica pictórica de Jervas refleja una interesante fusión entre la tradición retratística británica, aprendida de Kneller, y las influencias continentales adquiridas durante su estancia en Roma y París. Su aproximación al retrato se caracterizaba por una precisión formal en la representación de las vestimentas y los atributos sociales de sus modelos, aunque sus contemporáneos a menudo criticaban cierta rigidez en la ejecución. Esta tensión entre precisión técnica y expresividad artística se convirtió en una marca distintiva de su obra.
En el ámbito cultural, Jervas estableció un precedente significativo al convertir su estudio en un espacio de confluencia entre las artes visuales y literarias. Las lecciones de pintura que impartió a Alexander Pope, documentadas en la correspondencia de la época, evidencian cómo su taller funcionaba no solo como espacio de producción artística sino también como un salón cultural donde se entretejían diferentes expresiones artísticas.
La dualidad de Jervas como artista visual y traductor literario representa un fenómeno único en la historia cultural británica del siglo XVIII. Su traducción del Quijote destaca no solo por su precisión lingüística sino por introducir una nueva metodología en la crítica de la traducción, al incluir un análisis comparativo de las versiones anteriores. Este trabajo académico pionero estableció estándares que influirían en futuras traducciones de obras españolas al inglés.
Sus conexiones con la élite intelectual y política, particularmente su relación con el Primer Ministro Robert Walpole, quien lo ayudó a asegurar el puesto de pintor real, demuestran cómo Jervas navegó hábilmente por las complejidades sociales de su época. Esta capacidad para moverse entre diferentes esferas de influencia no solo benefició su carrera individual sino que también contribuyó a estrechar las relaciones entre los círculos artísticos y políticos de la Inglaterra georgiana.