Marcos Zapata: Maestro de la Escuela Cusqueña

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José Carlos Botto Cayo

Marcos Zapata se erige como una figura fundamental en la historia del arte peruano colonial, destacándose como uno de los máximos exponentes de la renombrada Escuela Cusqueña de pintura. Originario de Cusco, este artista de ascendencia indígena logró fusionar magistralmente las técnicas pictóricas europeas con la rica iconografía y sensibilidad andina, creando así un estilo único que captura la esencia del sincretismo cultural característico del Perú colonial.

La obra de Zapata se caracteriza por su vibrante uso del color, su meticulosa atención al detalle y su habilidad para incorporar elementos locales en las representaciones religiosas tradicionales. Su trabajo más emblemático se encuentra en la Catedral del Cusco, donde realizó una serie de pinturas que incluyen su famosa interpretación de la «Última Cena», en la que Jesús y los apóstoles comparten un festín con platos típicos andinos. Esta audaz reinterpretación de temas bíblicos a través de un lente cultural andino no solo demuestra la creatividad de Zapata, sino que también refleja la compleja identidad cultural del Perú colonial, consolidando su posición como un artista innovador y profundamente influyente en el desarrollo del arte sudamericano.

Orígenes y primeros pasos en el arte cusqueño

Marcos Zapata, figura emblemática de la pintura colonial peruana, nació en la ciudad del Cusco a principios del siglo XVIII. Su origen se remonta a la aristocracia indígena local, un detalle significativo que influyó en su perspectiva artística y en su capacidad para fusionar elementos culturales diversos. El apellido Zapata, con el que se le conoce en la historia del arte, es en realidad una forma hispanizada de «Sapaca», nombre con el que el artista firmó algunas de sus primeras obras, evidenciando así su conexión con sus raíces ancestrales.

Los primeros años de la vida artística de Zapata están envueltos en cierto misterio, como es común en muchos artistas de la época colonial. Sin embargo, sabemos que su formación se desarrolló en el vibrante ambiente artístico del Cusco del siglo XVIII, una ciudad que para entonces ya era reconocida como un importante centro de producción pictórica en el Virreinato del Perú. Es probable que Zapata, como muchos otros jóvenes artistas de su tiempo, iniciara su aprendizaje en alguno de los numerosos talleres que florecían en la ciudad, absorbiendo las técnicas y estilos que caracterizarían más tarde a la Escuela Cusqueña.

La primera mención documentada de Marcos Zapata en el ámbito artístico data de 1742, cuando aparece registrado como «oficial pintor». Este título sugiere que para entonces ya había completado un período de aprendizaje y estaba trabajando, probablemente, al servicio de un maestro con taller público. Este período como oficial fue crucial en su desarrollo artístico, permitiéndole perfeccionar sus habilidades y comenzar a desarrollar el estilo que lo haría famoso en los años venideros. Durante estos años, Zapata habría participado en la producción de obras colectivas, una práctica común en los talleres de la época, contribuyendo así a la prolífica producción artística cusqueña.

El ascenso de Zapata en el mundo del arte fue relativamente rápido. Para 1748, apenas seis años después de su primera mención como oficial, ya había alcanzado la categoría de maestro y se encontraba dirigiendo su propio taller. Este logro no solo demuestra su talento artístico, sino también su habilidad para gestionar un negocio en el competitivo mercado del arte colonial. Su taller, descrito como numeroso y bien organizado, se convirtió pronto en uno de los más productivos de la ciudad, sentando las bases para la expansión de su influencia y fama más allá de las fronteras del Cusco. Esta etapa marca el final de sus primeros años y el inicio de una carrera que lo llevaría a convertirse en uno de los pintores más destacados e influyentes de la América colonial del siglo XVIII.

El auge de Marcos Zapata: obras maestras y encargos prestigiosos

El reconocimiento de Marcos Zapata como maestro pintor quedó firmemente establecido en 1748, cuando realizó una serie de 24 lienzos sobre la vida de San Francisco de Asís. Este conjunto, destinado a la orden capuchina de Santiago de Chile, no solo demostró su habilidad técnica, sino también su capacidad para abordar ciclos narrativos complejos. La serie franciscana marcó el inicio de una década extraordinariamente productiva para Zapata, durante la cual su estilo característico, con sus vívidos colores y sus dulces representaciones marianas, se hizo ampliamente reconocible en toda la región andina.

El punto culminante de la carrera de Zapata llegó en 1755, cuando recibió el encargo más prestigioso de su vida: la realización de más de cincuenta lienzos para la Catedral del Cusco. Estos lienzos, destinados a cubrir los netos de los arcos a lo largo de las naves de la catedral, representan la Serie de las Letanías Lauretanas. Este trabajo no solo fue una demostración de su maestría artística, sino también un testimonio de la confianza que el Cabildo eclesiástico cusqueño depositó en él. Además de esta serie monumental, Zapata dejó su huella en otros sectores clave de la catedral, incluyendo la entrada a la sacristía, el interior de ésta, las puertas del órgano y los muros bajos de la nave y algunas capillas laterales.

El éxito de Zapata en la Catedral del Cusco le valió nuevos encargos importantes. En 1762, los jesuitas le encomendaron el enriquecimiento ornamental de su iglesia en Cusco. Para este proyecto, Zapata pintó un conjunto de escenas sobre la vida de San Ignacio de Loyola en los netos de los arcos, siguiendo un esquema similar al utilizado en la catedral. Además, realizó varios medallones con representaciones de santos de la orden jesuita en la parte baja de los muros. En estas obras, Zapata contó con la ayuda de su discípulo Cipriano Gutiérrez, cuya colaboración acentuó algunos de los rasgos estilísticos más característicos del maestro.

La fama de Zapata trascendió los límites del Cusco y su región inmediata. En 1764, envió una serie de doce profetas bíblicos para decorar la iglesia parroquial de Humahuaca, en la provincia de Jujuy, actual Argentina. Esta obra no solo demuestra el alcance geográfico de su influencia, sino también la diversidad temática de su producción. A lo largo de su carrera, Zapata abordó una amplia gama de temas religiosos, desde series hagiográficas hasta alegorías teológicas, pasando por escenas de la historia sagrada. Su producción total se estima en alrededor de 200 obras, creadas entre 1748 y 1764, una cifra que atestigua tanto su prolífica actividad como la gran demanda que existía por su trabajo.

Legado artístico y últimos años

La influencia de Marcos Zapata en el arte colonial sudamericano se extendió mucho más allá de los límites del Cusco. A través del activo comercio artístico de la región, sus obras llegaron a decorar iglesias y conventos en un área que abarcaba el Alto Perú (actual Bolivia), Chile y el norte de la actual Argentina. Esta amplia distribución de su trabajo no solo habla de la popularidad de su estilo, sino también de la eficiente red de distribución artística que existía en la América colonial del siglo XVIII.

El estilo de Zapata, fácilmente reconocible por sus vivos colores y sus representaciones marianas rodeadas de querubines, se convirtió en una influencia importante para toda una generación de pintores cusqueños. Artistas como Antonio Vilca e Ignacio Chacón continuaron y adaptaron su estilo, asegurando que la impronta de Zapata perdurara en la pintura cusqueña incluso después de su muerte. Su enfoque, que combinaba la iconografía europea con elementos locales, como la inclusión de platos típicos andinos en su famosa «Última Cena» de la Catedral del Cusco, se convirtió en un sello distintivo de la escuela cusqueña tardía.

A pesar de su éxito y reconocimiento, los últimos años de la vida de Zapata están envueltos en cierto misterio. Las referencias sobre su actividad escasean después de 1764, lo que podría indicar una disminución en su producción artística, posiblemente debido al declive de su capacidad de trabajo con la edad. La última noticia documentada sobre Zapata data de 1773, cuando, curiosamente, se le menciona como recluido en la cárcel por razones desconocidas. Este hecho enigmático añade un toque de intriga a la biografía de uno de los pintores más influyentes del arte colonial peruano.

El legado de Marcos Zapata perduró mucho después de su muerte, ocurrida probablemente a finales de la década de 1770. Sus obras siguen siendo admiradas y estudiadas hoy en día, no solo por su valor artístico intrínseco, sino también como testimonios del sincretismo cultural que caracterizó al Perú virreinal. La fusión que logró entre las tradiciones pictóricas europeas y la sensibilidad andina sigue siendo considerada como una de las expresiones más auténticas y originales del arte colonial sudamericano, asegurando así su lugar en la historia del arte como uno de los últimos grandes maestros de la escuela cusqueña.

 

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