Con su poncho rojo y sombrero negro, Rosalino toca el pingullo y el tambor. En su taller se exhiben instrumentos hechos por él mismo. También mazorcas de maíz que cuelgan de la pared, como adornos. Foto: Carlos Noriega/El Comercio.
Por: Roxana Madrid.
Redactora (I).
En Tolontag, Píntag, al sureste de Quito, vive el hombre a quien muchos conocen como ‘el último pingullero’ de la parroquia.
Se trata de Rosalino Bautista, de 72 años, quien hace más de cuatro décadas lleva su alegría adonde va y que con el sonido de su pingullo encanta los oídos de quienes lo escuchan. Este instrumento musical de viento es característico de la zona andina. “Cuando era pequeño, yo había visto cómo tocaban en las fiestas de aquí. Y lo que escuché se quedó en mi mente, por eso la música que saco es solamente al oído”, dice.
El pingullo se elabora con caña, hueso o madera. Cuenta con tres orificios en la parte delantera y una embocadura de bisel, por lo que resulta sencillo manipularlo con una mano. También se lo conoce como ‘la flauta de los Andes’. Antes no faltaba en las fiestas ancestrales de la Sierra ecuatoriana.
Rosalino también tiene un taller en su casa en donde fabrica estas pequeñas flautas con madera o tubos reciclados, así como tambores de cuero de oveja o chaguarquero (planta de cabuya). Él se adapta a los pedidos de los clientes.
Trabajo en familia
Su esposa, Ofelia Cachago, le ayuda a coser los tambores. Ella tiene 69 años y lleva 54 al lado de su compañero. Juntos tienen dos hijos y seis nietos, quienes también aprendieron de este arte.
Hasta hace dos años, a Bautista le invitaban para que tocara con su pingullo en diferentes sectores de la capital y le pagaban por ello. En estos lugares aprovechaba para ofrecer su gama de instrumentos artesanales.
“Íbamos a las ferias de exposición con los tambores. Yo cocinaba habas con queso y mellocos para vender en la plaza de Santo Domingo, Calderón, Pomasqui, Amaguaña, Alangasí…”, recuerda Ofelia. “Con la pandemia nos quedamos quietos. La venta se paralizó totalmente. Ahora ya no salimos”, agrega.
Así, las personas que desean comprar tambores deben ir hasta su casa para adquirirlos. Los costos de estos instrumentos van desde USD 20 hasta USD 50, dependiendo del tamaño y del material con el que fueron hechos. “El chaguarquero cuesta más, porque es natural. Sobre todo, el trabajo manual es un poco demoroso. Si lo hiciera con máquina, sacaría varios al día. Al menos, la gente comprende y sí me compra”, señala Rosalino.
En junio, las ventas son mayores por la celebración del Corpus Christi (Cuerpo de Cristo) e Inti Raymi (Fiesta del Sol), que se realiza cada solsticio de invierno en algunos poblados andinos del país.
Invitado a las fiestas
En esas celebraciones, el flautista toca su pingullo y da ritmo a los personajes tradicionales como rucos, soldados, sachas runas y otros danzantes. Sin el pingullero, a quien llaman ‘mamita’, no hay fiesta.
El próximo mes tiene una invitación para presentarse en Conocoto, en el valle de Los Chillos. De esta manera, ya se reactiva su economía poco a poco.
Pero la música no es su única actividad. Él también cría abejas para sacar miel y vender. Esa es otra de sus fuentes de ingreso, junto con la agricultura. Siembra maíz blanco y maíz negro, también papas.
El gran sueño de Bautista es crear un museo junto a su casa, en donde pueda exhibir sus tambores y pingullos artesanales. Él quiere que su arte se conozca y trascienda. Otra de sus aspiraciones está que se recuperen la memoria y la cultura, sobre de todo la música ancestral de la comunidad pinteña, que ha ido perdiéndose con el paso del tiempo.
Líder comunitario
“A mí me alegra tocar el pingullo”, dice Rosalino, que además es líder de la comunidad en la que vive. Él ha estado presente en las luchas de su sector, para reclamar los servicios básicos que tanta falta les hacen.
Por eso y por mucho más, los vecinos le guardan profundo cariño, respeto y admiración. “Él es la atracción del pueblo, porque mantiene viva la
El funcionario menciona además que con el objetivo de fomentar la llegada de turistas, está gestionando el arreglo de las vías que dan hasta Tolontag, ubicado a 20 minutos del parque central de la parroquia.
Se espera que, de esta forma, más personas conozcan al brillante artista que hace parte de la comunidad. También se realizan los procesos para la construcción de alcantarillado.
Hoja de vida
Rosalino Bautista, de 72 años, es un líder comunitario, promotor cultural, músico y artesano del tambor y el pingullo. Él entona esta flauta pequeña desde hace cuatro décadas. Aprendió de este arte como herencia de su padre y de sus abuelos, miembros de la comunidad Tolontag, en la parroquia Píntag, provincia de Pichincha.
Publicación original en El Comercio.