Ombligo de músicas

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Por: José Vadillo Vila.

La fotógrafa Sharon Castellanos presenta la serie “La distancia del aplauso”, en la que refleja la adaptación de los músicos de la región Cusco a las nuevas formas de difusión de su arte, en medio de la pandemia.

Al final de la tarde, satisfechos de tocar rocas incas poligonales, de tomarse toneladas de selfies, de comprar suvenires, los turistas suben intrigados a lo alto de una montaña en Chinchero. El guía los lleva sin darles mayor información.

Se sientan sobre unas mantas tan multicolores como los Andes mismos. Luego les alcanzan unos audífonos, el sol empieza a declinar, entonces empieza la experiencia: Tayta Bird alza sus alas sónicas, entre ropajes de bites, entrega una versión de un folclor futurista.

El artista los llama “conciertos silenciosos”. Son una treintena de visitantes de pasaportes distintos que escuchan alucinados la música en vivo. ¿Acaso lo pueden creer?

La tecnología de sonido 8D y la energía solar se dan la mano. La música se complementa con la performance, el entorno; con los cerros, los rayos del sol y el infinito. Cierre los ojos. Viva la experiencia.

Para los músicos, el silencio por el silencio, sin ritmo, sin melodía ni notas, carece de sentido. Es más, las fiestas tradicionales no serían lo mismo sin un conjunto, una orquesta, un grupo de músicos con el repertorio adecuado para cada ocasión.

El año y medio de emergencia sanitaria retó a estos artistas. Además de sobrevivir al covid-19, vivir sus propios duelos, tuvieron que reinventarse con los recursos que tenían a mano. Ahora con el mínimo común múltiplo de los aplausos.

La fotógrafa Sharon Castellanos acompañó este año en el Cusco a músicos tradicionales y nuevos en los primeros pasos que dan ante la nueva realidad. ¿Acaso sus identidades culturales podrían sobrevivir a los estragos de la pandemia?

Fue testigo y documentó estas adaptaciones con muchas creatividad. Fue, como ella dice, un registro del detrás de cámaras. Acompañó a la Sonora Chaska, que en San Jerónimo, al sur de la ciudad del Cusco, empieza con los conciertos semipresenciales; es decir, algunas palmas y cientos de likes por internet. Como ellos, otros grupos toman las chicherías cusqueñas, los escenarios alternativos, para ir volviendo de a pocos.

Luego, visitó las casas de los integrantes de la Orquesta Sinfónica del Cusco para ser testigo de cómo graban sus videos que suben a las redes sociales. Era otra arista artística: la música académica buscando también un espacio en estos tiempos. Pero sería una afrenta hablar del Cusco sin mencionar sus tradiciones.

Si en el caso de los integrantes de la orquesta se trata de empleados de la Dirección Desconcentrada del Cusco, que continuaron recibiendo sus sueldos, en el caso de los músicos independientes la pandemia se volvió oportunidad para ser novedosos. Lo que les une a todos fue la necesidad de encontrar canales para seguir expresándose. De buscar opciones en el audiovisual para paliar, de alguna manera, la ausencia de las palmas.

Castellanos documentó también el recorrido de la peregrinación del señor de Qoyllu R’iti ahora que, tras dos años, volvió a salir desde el Cusco hacia el Ocongate, en forma limitada.

La comitiva viajaba llevando en una couster la imagen sagrada. Paraba siguiendo el itinerario de pueblos, como Canas, Urcos. Se oraba y la música tradicional, de vientos, tambores y pututos, a cargo de un grupo de seis jóvenes músicos, ponía la banda sonora a la espiritualidad de los peregrinantes enmascarillados en este reencuentro con la fe.

Un ‘pablucha’ de estos tiempos transmitía desde su smartphone para sus redes sociales este retorno parcial, paso importante hacia la normalidad. Baile, oraciones, cánticos. Y lágrimas que salpicaban las oraciones. Lágrimas por aquellos arrancados por el maldito covid-19, y lágrimas también de alegría de sobrevivir. Un rasgueo, un acorde abrazan la fe, llaman al baile y a la esperanza.

Publicación original en El Peruano.

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